El inicio del no-fin

 




En la actualidad parece que estamos concienciados con el cuidado de nuestro entorno y con la importancia de la concienciación ecológica.

Esto no siempre ha sido así.

Hasta el año 1962 la conciencia ecológica no existía. En este año se publicó un libro que supuso un importante cambio en la mentalidad de la sociedad respecto al entorno que nos rodea y su cuidado, el libro de Rachel Carson titulado “Primavera silenciosa”.
La publicación del libro fue todo un éxito permaneciendo siete meses en la lista de best sellers del New York Times y desencadenó una investigación federal sobre el uso indebido de pesticidas, con audiencias en el Congreso y el endurecimiento de las regulaciones al respecto. El propio John Kennedy ordenó a sus asesores científicos la
elaboración de una investigación sobre el tema, cuyo informe final le terminó dando la razón a Carson. 
A raíz del libro se crearon nuevos organismos de control como la Agencia de Protección Ambiental y ocho de los doce plaguicidas tratados en su libro serían prohibidos. Era el comienzo de la conciencia ecológica.

En la década de los 70 se estableció el Día de la Tierra y la aprobación de la Ley Nacional de Protección Ambiental de los Estados Unidos hicieron llegar cuestiones de preservación del medio ambiente a la conciencia pública.

Los movimientos ecologistas de los años 80 y 90 fueron los primeros en advertir sobre problemas que hoy se han convertido en verdaderas amenazas, como por ejemplo el calentamiento global o el cambio climático divulgando también la emisión de gases de efecto invernadero. Para ello llevaron a cabo varias “conferencias” conocidas como cumbres cada una de ellas nombradas por el lugar en el que se llevaron a cabo.

Los medios de comunicación comenzaron a tomar una relevancia primordial. Prensa, radio y televisión fueron los medios utilizados para tal fin. Política, ciencia, cultura, economía se unían con un mismo propósito: salvar el planeta.
En los últimos años nos hemos visto sorprendidos por la intensidad de internet y, gracias a los grandes avances en la tecnología, descubrimos nuevas maneras de comunicarnos. Por ello, en estos momentos, nos es casi inconcebible prescindir de esa fuerza comunicativa. La necesidad natural que tenemos de comunicarnos se ha potenciado convirtiéndose en la base de una sociedad globalizada y unida gracias a la tecnología.

Los problemas medioambientales son cada vez más evidentes y ya no se pueden ignorar. Divulgar, no solo los problemas de contaminación de nuestro planeta, sino ofrecer soluciones a ellos, se ha convertido en primordial y uno de los grandes retos de la comunicación para conseguir, a través de ello, que se produzca una concienciación y una movilización en masa que permita evitar, o paliar, los grandes efectos destructivos a los que está expuesto nuestro entorno.
Todo lo que íbamos avanzando en estos últimos años se ha visto paralizado o incluso hemos dado unos cuantos pasos hacia atrás con la pandemia del coronavirus. Es por ello que hay que utilizar todos los medios a nuestro alcance para divulgar la importancia de preservar el medio ambiente. Nuestra mejor vacuna para el futuro es proteger la naturaleza y la biodiversidad. Es el mejor seguro de vida que podemos encontrar. La pandemia ha mejorado la contaminación ambiental, pero es solo un espejismo por la paralización industrial y económica. Por el contrario, ha aumentado el uso de plásticos (todo se consume envasado) y las mascarillas que se han convertido en un imprescindible son desechadas sin miramientos, abundando estas en nuestros mares y océanos.




 
Con todo esto podemos ver el momento crucial en la historia de la concienciación ecológica en el cual nos encontramos. Así pues, igual que su inicio fue gracias a la divulgación, debemos valorar este medio y aprovecharlo para seguir avanzando en crear un entorno con futuro. Lo que no se da a conocer no existe. Es por ello que la divulgación a través de cualquier medio que permita su comunicación tiene gran importancia.

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